22 de septiembre de 2010

Encima tuyo, chabón!

Hoy pintó navegar por Wikipedia.

Un excelente ejemplo de la potencial pudrición de todo es Damocles.

Este hombre era un siciliano, cortesano, que durante el trescientos antes de Cristo sirvió a la corte de Dionisio II en la ciudad de Siracusa.

Este Dionisio era un tirano como pocos, y se reveló en extremo inepto para administrar tanto a su corte como a los ciudadanos, los impuestos, las tropas, etc. gracias a su modo de vida disoluto y sus incipientes veinte añitos en el momento de tomar el poder, que por otro lado, duró solo diez años.

Pareciera que entre todo ese descontrol y viva la pepa -y me imagino que una noche, particularmente- el susodicho Damocles se le acercó ofreciéndole un diálogo que debe haber sido muy parecido al siguiente:

(Ruido de fondo de borrachos persiguiendo esclavas semidesnudas)

Damocles:- Señor, os envidio vuestra capacidad de mando.

Dionisio: -Es verdad, querido amigo, ser gobernador no es nada fácil.

Damocles: -Pero se te presentan gran cantidad de placeres. Eres muy afortunado de ser rey.

Dionisio: -Cierto es, pero es todo parte de mis dotes y habilidades. Pásame más vino, querido.

Damocles: -No lo hay, queda solo vodka, ¿Os lo puedo ofrecer?

Dionisio: -Lo que venga, Damocles, lo que venga. Descontrol, rompamos todo.

Y luego de este corto diálogo se sucedieron numerosos chistes sobre las nalgas de sus esclavas, sobre Platón (que había sido llamado por el tío de Dionisio numerosas veces para sacarlo de su modo de vida impoluto), sobre la mala calidad del fernet siciliano y otras cosas, hasta que Dionisio le ofreció estar en su puesto por una jornada entera.El escabio o las ganas de hacerlo escarmentar le hicieron pensar este ofrecimiento.

Movido por la avaricia, don Damocles procedió a ocupar la posición de rey el mismo día. Se habrá levantado con resaca, habrá sido amanecido con un alto desayuno en la cama, le habrán dicho "Buenos días, rey, ¿se os ofrece algo?" y habrá flashado muchísimo hasta recordar el trato de la tarde-noche anterior. En ese momento quizás se haya levantado y caminado hasta encontrarse con Dionisio, quien le recordó el trato y le puso la única condición de permanecer todo el día en el trono (y no hacer guerras, ni cambiar el color azul marino de su palacio, ni cambiar las arañas y las velas por lámparas bajo consumo, claro está).

Se celebra entonces un banquete con miles de invitados, todos amigos de míster Damocles, con platos típicos, músicos, bailarines, esclavas pintarrajeadas y perfumes de todo tipo. Entre griteríos ("Damocles, yo te banco", "Dale dale, Damoclés, hoy te vinimo a alentar", "Tocate muchacha, flaco") y vapores que iban cambiando progresivamente a caras de seriedad y silencios, a nuestro personaje se le ocurre mirar hacia arriba, notando un espadón pendiendo de una crin de caballo.

"Se pudre todo", pensó Damocles. Y allí, espectador de su propia condena, miró a su alrededor notando que todos sus conocidos murmuraban con tensa expectación. En la lona, Damocles debió haber pensado mil cosas.

Primero, lo obvio, que el poder y el peligro de perderlo y la condena y bla bla bla. Segundo, que la amenaza de la espada es más grande que la caída de la espada misma y bla bla bla.

Pero aparte de todas esas conclusiones más o menos externas a su persona, habrá pensado "¡Dios (Zeus, Júpiter, Apolo, inserte el que quiera, yo no tengo idea), qué al pedo que me vine a meter en este trono de mierda, para comer comida de mierda, para ver esclavos de mierda, si se puede pudrir en cualquier momento!". La reflexión no era nada inadecuada, porque pensandolo bien, ¡qué hizo él para merecer eso!

Nada hizo, pobre Damocles. Solo aduló un poco a su señor, pero al fin y al cabo todos lo hacían. Sólo quiso probar cómo era tener el privilegio total sobre toda su población, pero al fin y al cabo todo el mundo lo deseaba. ¡Seguro que hasta sus intenciones eran buenas!. Pero no, solo pudo permanecer en su amado trono durante horas, retirándose con un cagazo antológico ("Loco, tranqui, solo vine a ver cuál era el flash de  gobernar"). No merecía la amenaza constante de morir por ello. Y convengamos que la metáfora fue un poco exagerada, Dionisio II se fue un poco a la mierda.

La amenaza constante materializada es el mejor ejemplo de poder ver (verse y ver que se es visto por otros) el momento preciso en el que se está por pudrir todo. No solo uno está presente 100% cual condenado a muerte sino que también siente que su situación está televisada, grabada y posteada en YouTube hasta el hartazgo. Uno puede presentir así su futuro terrible y a la vez darse cuenta que está quedando como un pelotudo ("¡Se acaba el mundo y yo en ojotas!" "A mi novia no le gustaría que me muriera con este corte de pelo" "Ahora encima se sabe por qué me voy a morir") gracias a los cien ojos que lo observan, observan la espada adornada a punto de caer y lo vuelven a observar a uno, esperando que POR FAVOR PASE ALGO. Qué mala manera de que se pudra todo.

Pero sigue siendo mucho mejor a la incertidumbre total, ya que saber las causas y el modo en que se va a pudrir todo es más tranquilizador que la incertidumbre abstracta de "Loco, ¡se está yendo todo al carajo y no sé por qué!"

Ojalá se pudiera ser un poco Damocles y darse cuenta en cada momento por qué cuelga un piano Steinway encima de uno en cada ocasión. Y ojalá también se pudiera hacer como hizo él y huir despavorido de la situación sin mayores consecuencias.



Abrazo de Nalbandian.