4 de agosto de 2012

La tragedia de River - Cómo se llegó a la B






0 – Las ironías de la promoción
Se hablará de lo dionisíaco, avasallador y desbordante que fue la definición de ese 18 de junio de 2011, día en el cual en solo 2 horas ocurrieron cosas harto infartantes. Creo que nunca existió una jornada así, y el último 24 de junio de 2012 lo confirma: nunca se viviría tanta angustia como en ese día del año pasado.
La adrenalina y el vértigo están justificados, ya que se jugaba todo. Los dos descensos directos y la doble condena a la promoción. Ese día River comenzaría oficialmente su extirpación del torneo de excelencia: jugar una promoción es prácticamente estar en la B. Es jugar contra un equipo de la B. Es estar a la altura de un gladiador de la B.
Sin que nadie lo supiera, durante esas dos horas una fuerza agobiante y poderosa se desplomaría sobre los cuatro clubes que tenían su futuro jugado. Esa fuerza empujaba sin dudar a esos cuatro equipos al barro; de manera inevitable y cruel. Pero también justificada.
Una sumatoria de elementos causales y fantasmagóricos actuaban del lado de esa fuerza. Maldiciones y fatalidades se unieron en un cóctel de condena a la B.
Pero había más maldiciones que causalidad. Las cuatro banderas, los cuatro escudos del blanco como color mayoritario, Huracán, Gimnasia, River y Quilmes, se iban a la B por muchísimas razones.
La mufa, los nervios, los errores y la falta de escrúpulos de las dirigencias se juntaban. Por un lado, que los números de esa fecha sumaran 13 era solo el comienzo, solo el sello inicial de esos partidos malditos y simultáneos. Los cuatro ya estaban en la B.
Aún así la agonía y la desesperación se daba por quién iba a la promoción, al manotazo de ahogado, y quién se hundía indefectiblemente; si uno hubiera sabido (iluso uno, como siempre, tenía esperanzas) que iba a caer de todos modos, la habría pasado menos mal, sin duda alguna.
Los datos: Cuatro partidos simultáneos, de 15 a 17: River-Lanús, Quilmes-Olimpo, Gimnasia-Boca, Independiente-Huracán.
Las maldiciones, entonces. O ironías mejor dicho:
Para empezar, el destino quiso que el turco Mohamed, jugador de inferiores y amante del Globo, fuera el DT del equipo que goleó sin piedad en su -hasta ahora- último partido en Primera División al club de sus amores. Cinco goles chamuscaron el arco de los pobres quemeros, con una facilidad pasmosa que sumada a la expulsión del arquero titular y a un penal errado implicaban el pasaje a la segunda división, la cuarta vez que el club desciende en los últimos veinticinco años. Que te cocinen un descenso, está bien, pero que la sal la ponga un socio, un compañero del club, es el colmo de la rabia. Pero no hay que olvidarse que otros partidos se jugaban simultáneamente.
Gimnasia tenía que empatar o perder ante Boca para que Huracán tuviera por lo menos posibilidad de jugar una promoción. Gimnasia iba 2 a 0 en los primeros minutos ya, lo cual ponía a los quemeros en difícil posición. Pero, fuerza divina mediante, Cristian Cellay se encargaba de devolver la ilusión con dos goles. Otra ironía: Cellay, formado en las inferiores del Globo, le hacía un favor a su club; y al ser titular en Estudiantes –cedido a Boca en ese torneo- se desquitaba como jugador Pincha. Para colmo, un pase de cabeza de otro Pincha muy querido en el club estudiantil (Martín Palermo) le daba al empate amargo un sospechoso color tornasolado en rojo y blanco. El fantasma del León amargaba al Lobo y soplaba para que las pelotas entraran. Y se alegraba de su inminente ida a la B. De esta manera Boca, con el empuje del espectro de Estudiantes, condenaba al desempate a Huracán y Gimnasia (esto demuestra la unión íntima entre estos dos partidos).
Mientras, un arquero suplente más que ignoto, Matías Ibáñez, que DEBUTABA en ese partido (no es un dato menor), la rompía tapándole absolutamente todas las pelotas a Quilmes en la cancha de dicho equipo cervecero. La rompió entrando a los 28 del primer tiempo por Tombolini (arquero lesionado). Absolutamente increíble la actuación de dicho arquero. Si no, miren:

I – Las causas del descenso
El último partido que habría que comentar es el de River-Lanús. Sin ironías, ese partido contó con fuerzas mucho mayores, mucho más intensas y mucho más antiguas. Tres de cuatro de los equipos contaron -además de los contratiempos del destino-, con falta de técnica y constancia, malos resultados y desesperación, común para equipos chicos o ya familiarizados con el infierno anual de la Segunda División.
¿Y cuál es tal fuerza divina tan grande? El castigo por la transferencia indiscriminada de jugadores.
Las glorias millonarias migraron en masa y sin dudas tras una o dos temporadas exitosas: D’Alessandro, Aimar, Saviola, Higuaín, Chori Domínguez, Carrizo, Mascherano, Demichelis, Cavenaghi, entre otros. Entre 2000 y 2006 el nivel del equipo fue en baja a causa del desguace constante de fomraciones: cada vez más talentos, y pibes jóvenes, se iban. Pero era imperceptible, era muy lento. A partir de 2007 el nivel empezó a ser deplorable. Primero se escapaban las Libertadores, luego los campeonatos, luego los primeros cinco puestos. Se pasó a mirar la mitad de la tabla con impotencia y en pocos semestres, a mirar la calculadora con desesperación.
Los números no son inofensivos, eso se aprendió bien. Pero en ese momento no se había aprendido que los recortes de planteles tampoco lo son. Ambos factores están íntimamente relacionados, y el castigo del club llegó por ese lado. El destino, que no es necio ni injusto, se avivó de que las glorias se vendían. Dejó pasar un tiempo para que los dirigentes reflexionaran, y nada. Llegó el 2010 y empezó a presionar. Se siguió vendiendo, sin ningún escrúpulo. Y el destino dijo: cuando las glorias vuelvan, van a tener para que guarden. Y así fue. Ortega, Almeyda, Carrizo. Y empezó el castigo, se digirió lento y duramente. Los puntos se empezaron a perder, los partidos se empezaron a empatar. Los goles empezaron a faltar. Los planteos empezaron a ser horribles. La desesperación por la acción inclemente de la aritmética era el castigo divino, era lo justo. La yeta de traer veteranos se hacía efectiva.
Otros casos donde ocurrió esto o algo parecido fueron en Central (el Kily González vuelve en 2010, en 2010 Central desciende), Gimnasia (Barros Schelotto vuelve en 2011, en 2011 Gimnasia desciende), San Lorenzo (Romagnoli vuelve en 2012, en 2012 San Lorenzo está en zona de descenso directo o promoción durante la mitad del torneo), y habría que buscar otros.
No se debe descartar tampoco la apatía del oscuro JJ López. Un experto en descensos (mandó tres planteles al descenso) y equipos replegados (planteos dubitativos o débiles). Para colmo hincha de Boca. Los veteranos nos mandaron al descenso, es cierto, y eso se vio claramente en las manos de aceite de Carrizo y en el mal estado y la inconstancia de Ortega. Pero no fueron malas compras. No eran malas las compras, lo malo era quien las hacía.
Pero hay causas más grandes que la vuelta de los veteranos (porque de hecho Camoranesi volvió y no ocurrieron cosas muy graves en la mediocridad de Lanús, porque de hecho es un club con cuentas y transferencias claras y coherentes). En principio está la Ley del oponente (Estudiantes se transfigura en dos jugadores de Boca y amarga a Gimnasia). Pero también está la Maldición de Cappa (o mejor dicho, de los Ángeles de Cappa).
Al perder la final de 2009 -pobre Cappa, sin fallos propios-, los ex combatientes de su plantel que no migraron (en cierto modo el hundimiento de Huracán tiene que ver con el descuartizamiento de dicho equipo, con ventas indiscriminadas) y jugaron en Argentina llevaron consigo una mufa increíble: Arano jugó en el equipo de River que descendió, y Federico Nieto y Gastón Monzón jugaron hasta el último partido de Primera División de 2011. Toranzo no causó nada en Racing porque nunca se ganó la titularidad.

II – El conjuro para volver
Pero River volvió. Y ¿Cómo lo hizo? Potenciando las fuerzas de la condena al descenso hasta que tuvieran el signo contrario. Con huevo, con confianza, con inteligencia,
Logrando que los elementos antes destructivos se vuelvan una herramienta: a los veteranos que trajo de vuelta les sacó el máximo provecho, a los ex ángeles de Cappa los hizo jugar partidos decisivos, y se jugó por los pibes (Lucas Ocampos jugó las 38 fechas, con enorme calidad, Cirigliano fue un alivio en el centro de la cancha, los Funes Mori hicieron feliz al público). En un plantel muy heterogéneo se dieron desafíos nuevos y planteos muy complejos.
Almeyda, el primer veterano y primer hincha, se puso literalmente el equipo al hombro en una muestra inigualable de heroísmo y temeridad. Ponzio jugó toda la segunda mitad del torneo. Cavenaghi y Domínguez la rompieron la primera mitad, y jugaron muy bien con altibajos casi imperceptibles. Con un mediocampo asegurado, Trézéguet brilló con jugadas para el recuerdo y un huevo inolvidable, que implicaba pases de primera extremadamente precisos, marcas violentas y goles arriesgados. Eso en cuanto a los veteranos.
Los “Cappos” fueron César González y Carlos Arano, que se destacaron como carrileros y hasta tuvieron chances de gol. Cuando entraron, se lucieron y obtuvieron nota de sobra. Aportaron desborde.
Un dato que me había olvidado de mencionar son los uruguayos: tener uruguayos en el plantel es de buena suerte. Díganle sino a Caruso Lombardi (que vio un heroico retorno a primera de Quilmes desde el banco caldeado de un San Lorenzo casi condenado al pozo ciego; bien merecido tuvo su estrés por traidor), y su milagroso Carlos Bueno, que le convirtió dos al imbatible Instituto; o a Falcioni, que hizo lo imposible para incluir a un Santiago Silva que la descosió en la Libertadores (salvando en más de una ocasión el culo fruncido de su planteo estático, típico del bostero cagón). La buena suerte fue aportada por la incorporación de Carlos Sánchez y la actuación tímida pero comprometida de Juan Manuel Díaz.
La única manera de revertir la tragedia era subirla al hombro y convertirla en arma. Convertir la antítesis en material de síntesis. Arriesgar. Y así fue como los números jugaron a nuestro favor. Por eso fuimos el equipo con más goles a favor, más puntos, menos goles en contra y la diferencia de tantos mayor. Por eso fuimos los que pusimos más garra. Por eso escribo esto un 4 de agosto, a 409 días del descenso que tanto nos dolió (4+9+0= 13). Por eso Trézéguet nos devolvió a primera con trece goles convertidos.  Por eso nos burlamos de los números. Porque tenemos los números a nuestro favor.