12 de octubre de 2010

Somos fantasmas peléandole al viento

Recién el lunes pasado sentí por primera vez una utilidad en mi existencia laboral. Pude ver la funcionalidad que puede llegar a tener y la importancia de mi papel.

Básicamente mi trabajo consiste en ser un delivery boy de papeles y facturas que dos veces a la semana hace “Tribunales” –es decir, viajar hasta retiro para anotar los avances de varios juicios en fichas rigurosamente ordenadas, caminando a velocidades astrales por pisos y juzgados equidistantes en abierta lucha contra el reloj, ya que 11:30 te piden credencial de Abogado-.

Cadete soy. La unidad más funcional del aparato productivo, soy el último eslabón de una cadena comunicacional heredera de lo que en algún momento constituyó menasjería (o correo), que a causa de la posmodernidad se desglosó, metamorfoseó e innovó adaptándose histórica y geográficamente al ritmo del ya consolidado capitalismo corporativo.

En realidad mi gran papel laboral se vio consumado cuando me dieron una diligencia  que hubo de hacerse en el menor tiempo posible siguiendo un recorrido riguroso por el últimamente quemante cemento citadino en un orden inalterable, con plazos, esperas y obstáculos varios cuyo destino final era entregarle un papel determinado a una persona determinada cuyo plazo eran las doce y media del mediodía. Llegué a tiempo y satisfactoriamente.

Hagamos un pequeño repaso de mis ancestros laborales.

I - Hermes
El patrón de los atletas. El cuidador de los viajeros y los pasajeros hacia el inframundo. El prudente y diplomático dios griego se ocupaba de cruzar las fronteras hacia lo desconocido (de ahí viene la palabra ‘hermenéutica’, la ciencia de la interpretación) y de atender a los ladrones en su peligrosa labor.

De gran elocuencia, fue Hermes designado con la función de mensajero divino por Zeus, quien fue el que más lo solicitó en sus funciones. Además de mensajero era auriga (conductor de carros) e inventor y patrón de la lucha y las carreras. Es decir, cumplía funciones laborales extracurriculares y no podía dedicarse a la música (había inventado la lira y la siringa –flauta de pan, atribuida también a su hijo-semidiós Pan-), como me ocurre a mí.

Además debió matar un par de monstruos por encargo del Intendente Olímpico Zeus, fue despreciado por Apolo, fue acusado de ladrón, etc. Esto ocurre porque era un dios pagano, en cierto modo. Un dios de lo terrenal, al especializarse en el comercio, el correo y la comunicación. Velaba por los caminantes y los perdidos y regía las ganancias comerciales, convirtiéndose en un amigo de los hombres. Claro que esto siempre es devaluado en el mercado de valores divino, y nunca se lo ve poseedor de más bienes que su casco de ala completa (estilo vaquero, para protegerse del sol y las lluvias), su vara que lo distinguía como mensajero y sus sandalias (a veces casco o sandalias poseían alitas, pero era una mera decoración funcional homologable a pensar que un empleado del correo es más ‘bello’ por usar bicicleta o patines, algo que sólo lo hace hacer su trabajo más rápidamente). Es un dios casi anónimo, del que seguro se decía “Che, lo ví a Hermes la otra vez, me lo crucé por acá nomás” “¿Y cómo anda?” “Bien, bien, se lo veía bien, un poco cansado; igual no se pudo quedar mucho tiempo porque tenía que arrancarle el secreto a Prometeo, que está encadenado re lejos de acá” “Pobre, siempre con laburo el pibe” “Sí, sí”.

Por lo demás, se ocupaba de comunicar las numerosas injurias y chismes entre sus jefes sobrehumanos de facto – no pudiendo cuestionarlos ni evitarlos- y cumplir sus más lejanas u horrorosas órdenes, que implicaban quizá increpar algún lejano monstruo o recorrer interminables planicies en total soledad.

II - El Chasqui
Los mejores en el rubro, sin duda alguna. Corredores profesionales, jóvenes incansables sorteadores de los más profundos y elementales peligros de los vírgenes montes, montañas y yungas precolombinos, se dedicaban a transportar mensajes y noticias esquivando salteadores, desbordes y lluvias peruanas (que créanme, CRÉANME, pueden llegar a ser terribles entre septiembre y marzo, si no http://www.cadena3.com/contenido/2010/01/26/46025.asp). Los “conquistados” caminos incas (Inca Roads - http://www.youtube.com/watch?v=Kg6X2hsl52E) eran al fin y al cabo cuales Vias romanas, es decir, estrechos e irregulares caminos empedrados que ante ligeras humedades se tornan peligrosamente resbalosos, son fácilmente destructibles, se embarran o recalientan ante el mínimo cambio de tiempo (yo los ví).

Su tarea era correr lo más rápido posible entre una posta y la final, donde lo esperaba un compañero a quien debía comunicarle la noticia, que a su vez hacía lo mismo hasta llegar a destino. Las postas tenían techo, paredes y alimentos para que el recién llegado pudiera reponerse.

Eran mensajeros de lo oscuro. El imperio Inca, con su faceta “earth friendly” y ensalzamiento cultural en contraposición simplista constante con los brutos e impresentables españoles, que de bueno tampoco tenían mucho –en resumen eran grupos de analfabetos y presos de todo tipo dirigidos por segundones más brutos que ellos cuya última esperanza era hacerse de un terreno en América-, nunca fue correctamente valorado como sistema político y maquinaria estatal inoxidable altamente racional. Prácticamente su crecimiento y conquista se basó en la generación espontánea de impuestos respecto a pueblos lindantes a su territorio y la construcción de caminos sobre los cuales crecientes peajes se aplicaban. El reciente (y por demás breve) Imperio creó a la par un sistema tributario complejísimo que estableció y consolidó tanto su poderío económico como centralización política de la manera más pacífica que existe hasta ahora: la extorsión económica.

Su crecimiento está íntimamente relacionado con la generación de una burocracia lógica, cerrada, impersonal, concreta y zonalmente organizada (se elegía en general gente perteneciente al pueblo anexado) y un sistema contable (los increíbles y hermosos qipus y sus calculadores qipukamayoc) creciente en complejidad. Acompañado, todo esto, con espaciosa tolerancia religiosa y sincretismos varios (lo que les interesaba el intercambio pacífico, las mitas y el comercio; la guerra no tanto, obvio que dependía del Inca regente, sobre todo cuando se hablaba de expandir el Imperio o conseguir salida al mar o cierto tipo de alimento). Pero nada de esto sería posible sin el establecimiento de una red amplia y eficiente de comunicación y comunicadores (acá es que entro yo).

Los chasquis se ocupaban en general de comunicar mitas (trabajos interlocales, suerte de impuesto pagado en trabajo que implicaban traslación de familias enteras hacia otros pueblos con el fin de difuminar las lealtades y cohesiones internas), reclutamiento de vírgenes para la recién inaugurada Isla Del Sol o bien noticias entre burócratas (Wikipedia dice que también llevaban el pescado para el Inca desde la costa hasta Cusco sin que se pudriera).

Nunca pudieron ser vistos con buenos ojos: del lado del pueblo a informar eran extraños totales, miembros de un aparataje político-aldea vecina desconocida y arbitraria que se ocupaba de reclutar vecinos para traer otros nuevos; del lado imperial eran los engranajes más baratos e intercambiables del sistema de circulación de órdenes  y resoluciones imperiales creadas por terceros y para terceros. Nunca conocían al destinatario y nunca veían al remitente. Simples e-mails con pies.

III – Pony Express
Su breve vida no deja de ser un testimonio del sacrificio del mensajero. Entre 1860 y 1861, ya trasladados a Norteamérica, funciona esta innovadora institución de correo.

 Arizona, Oklahoma, Nevada, Utah eran en esos años poco más que eternos mediodías dorados por las infernales arenas, guarecedoras de serpientes de cascabel y alacranes de colores varios. Sin mucho más que un caballo transitorio y liviano, un bolso con la encomienda, un sombrero de ala completa y un seis-tiros, el polvoriento y sudoroso jinete del Pony Express cabalgaba uniendo la inmensidad desconocida de los vacíos estados del Oeste (frecuentando penales federales, ayuntamientos inhóspitos, oficinas de ferrocarril) con el blanco y brillante congreso de Washington DC. Cada diez millas cambiaba su caballo en una posta (al igual que el chasqui, solo que el jinete seguía viajando) uniendo Saint Joseph, Missouri con Sacramento, California en el módico tiempo de diez días completos (hay que pensar que eran casi cuatro mil kilómetros de casi desierto total).

Calor y cansancio eran los comodines de estos sacrificados cincuenta jinetes del servicio postal quizá más eficiente de la era industrial, que a pulmón competía con las diligencias de la Wells Fargo & Co (aparecidas cerca de 1855) y el Telégrafo, causa de su muerte final (unió este el Oeste con el Este en 1861, dando un hachazo al correo equino). Los jinetes se ganaban el pan como colectiveros en la nada. Sin radio, anteojos oscuros, ventilador o kioscos ocasionales que valieran, soportaban asaltos de “desperados” y las penurias del camino como hebreos en el éxodo.

Su función consistía en llevar comunicados oficiales y no tan oficiales devorándose millas y millas de nada absoluta con también absoluta soledad esperando vislumbrar la salvadora posta donde picar algo al paso. La contemporánea Wells Fargo corría de local por contar con diligencias rojas muy lindas con jinete, custodio y pasajeros y transportar generalmente grandes cantidades de caudales y oro minero: tenían rutas predefinidas y contaban con las patrullas salvadoras de los puestos de caballería. Mucho menos penoso, hay que decirlo. Pero pensándolo mejor habría que preguntarle a los pobres conductores que se comían decenas de horas hostigando sus caballos bajo el mismo sol del Pony Express, a tiro perfecto de apaches, pies negros, sioux y “desperados”.

El Pacífico costaba caro en esos años.

IV – El cadete y la posmodernidad

El cadete es eso. Un viajero furtivo y espontáneo de corta ruta. Una maquinaria periférica de algún estudio jurídico/arquitectónico/contable/gran compañía/etc en la selva de cemento, comunicando entes impersonales con su bici y su bolsita de Don Satur ocasionales, sin más equipaje que sus monedas. Es un Hermes bondi-dependiente.

Ha llegado a ser nada, un alguien que comunica algo a alguien a quien nunca conocerá. Paga facturas. Ni siquiera es productivo; es el colmo de la tercerización de la producción y el trabajo. No entrega pizza, ni comunica nuevos impuestos en el Valle del Inca, no es saludado por pares. No tiene oficina ni gremio.
Sin embargo es el elemento más importante. Es el fármaco contra el siempre latente dáimon de la entropía comunicacional humana. Su entidad insignificante pero constante en el tiempo y constante en su trabajo lo recuerda constantemente. La humanidad, en su afán de crear una red comunicacional global, unviersal  y perfecta está condenada al fracaso. La fragilidad de los medios comunicativos hoy, sumado a la distancia cada vez creciente entre factores comunicativos y la variedad de códigos crea una atomización de la palabra y el notificar más grande que en otros tiempos, ya que la comunicación es un acto propiamente humano y voluntario, que utiliza energía para entrar en contacto con otro. El cadete ha reemplazado esa energía totalmente voluntaria por viajes y traslado de documentación.

La desconexión espacial tan grande de la historia de la humanidad, ese retardo ineludible en la mensajería y los viajes entre ciudades, la tardanza, sólo se pudo eludir con el telégrafo en 1838 y el ferrocarril también por esos años. La distancia siempre existe, sólo la rapidez mediante prótesis nos hace pensar lo contrario. Las voluntades nunca cambiarán; las intenciones y quienes están detrás de los mensajes difícilmente pueden cambiar. Y los que realmente tienen voluntad en concretar la comunicación son los más poderosos (el Imperio con el Chasqui, el Congreso con el Telégrafo y el Pony Express, los grandes bancos con la Wells Fargo, el Estado Norteamericano con el Apollo XI, los caballeros medievales con sus Heraldos y Caballeros, etc.) o los que realmente necesitan a su destinatario (cartas amorosas, facturas a pagar, Postales del otro lado del mundo, poemas declamatorios), los que hablan de igual a igual.

Pero quien realmente aprecia a su destinatario no se preocupa de la sincronización perfecta de envío de mensaje y recepción porque sabe que el otro le va a responder; lo que le interesa en general es concretar la comunicación como sea o poder tener al otro cerca en algún momento venidero. El telégrafo, en cambio, es quien te ASEGURA que realmente hay otro animado del otro lado de la tierra, del hilo telegráfico, porque realmente no se sabe quién es ese otro o no interesa esencialmente: interesa su notificación y respuesta lo más rápido posible, con fines ulteriores (esperar la confirmación de órdenes, recibir una nota de un examen): lo que importa es el mensaje en sí, no sus consecuencias, su futuro, su significado. El telégrafo es el primero mensajero que salva al mundo de la incomunicación total a la que está predestinado.

Y crecen, a partir de él, en complejidad, los mecanismos de sincronización comunicativa, los mecanismos de mejora del canal comunicativo (en comodidad y eficiencia), permaneciendo el código inalterable: se maquiniza e invierte en el correo, se crea el barco a vapor, el papel ultraliviano, la máquina de escribir, la imprenta se vuelve más barata, se inventa el teléfono, la fotocopia, el avión, el automóvil, la radio y la televisión, la impresora, la computadora personal, el scanner, y con ellos Internet (1991), ICQ (1998), Windows Messenger (2001), Fotolog (2003), Skype (2003), Facebook (2004), Twitter (2006) y sus servicios de correo electrónico correspondientes. Y después dicen que el conocimiento de Internet es conocimiento deslocalizado.

Se construye en diferido realidades discursivas totalmente sígnicas que terminan siendo documentos con menos materialidad que el vapor de la inmanente volubilidad misma, de la desaparición total del otro, del mensaje y de su canal, que de hecho son ontológicamente una ausencia. Lo único que se conserva es el código, la lengua, que va garabateándose y difuminándose en constante cambio en los millones y millones de géneros discursivos que existen hoy en día.

Escuché de un amigo, una mañana luego de una fiesta en una casa, estando todos fisuras, la frase “Internet, man, yo me lo imagino como una bola azul gigante, que gira…azul, rodeada de electricidad”. Y debe tener razón. Es hoy día el dáimon de la comunicación, el fármaco idealmente deslocalizado y universal del colapso de las relaciones comunicativas entre las personas que habitan el mundo. Es otro mundo, EL otro mundo, el mundo que atesora toda nuestra comunicación extraverbal. Es la bola azul del olvido y el recuerdo, de la palabra y su inexistencia, el ying yang de la posmodernidad.