Lo eterno terrenal no está bueno. Por un lado, no existe ningún caso particular para tomar como ejemplo más allá de las imágenes imperecederas y cambiantes de algunos hombres que fallecieron al generarlas.
La existencia terrenal ha sido así mil veces catalogada como breve, atada a lo concreto. La existencia, lo pasado e irreversible se transparentó mil veces en único, en huella, en cadena de actos que definen a los sujetos. La experiencia de alguien dotado de un saber, un conocer o un existir eterno o total no puede ser menos que inconcebible.
Por ello la figura mitológico-simbólico del fénix es lo más cercano y abstracto que se puede utilizar para ilustrar la posible experiencia de algo eterno, en este caso de un existir.
El fénix está condenado a la eternidad. Su única regla es existir, ocurra lo que ocurra. Su único poder, estrategia, objetivo, parecería ser vivir, sacar de sus restos un ser idéntico a sí mismo. Es negar la inexistencia y esquivar la muerte porque sí, convertir las cenizas en esperanza y viceversa.
Ethan Hunt tiene el objetivo de esquivar la muerte, es su mandato principal, el supuesto básico de su heroicidad; lo hace, sin embargo, para poder recuperar el virus Chimera de las manos de la sedienta de dinero y muerte Biociye Pharmaceuticals. Tiene su misión, la cual necesita miles de acciones cargadas de riesgo para cumplirse; es re bueno y re lindo y tiene que salvarnos a todos, ponerse en riesgo a cada instante, recibir lluvias de balas, exponerse y esconderse para fundir en cámara lo que un buen agente debe hacer, por lo cual le es menester, obviamente, estar vivo. Además tiene una minita. Con James Bond pasa lo mismo. Pero se hacen pelis sobre ellos. Porque su principal objetivo –que se pone en riesgo a cada momento- es vivir.
Y explotan autos, se caen de aviones prontos a estrellarse, huyen de helicópteros, se exponen a virus re locos y a tiros y traficantes gordos con grandes matones: Todo ello nos mantiene con la angustiosa expectativa de que el soplo vital y los abdominales de Tom Cruise desaparezcan de pronto y muramos todos infectados cruelmente cuando el mal y la destrucción reinen el mundo.
Y es que el mal es inmortal, hasta que llega nuestro David en HD munido de pistolas silenciadas para enfrentar a un Goliat aliado con el gobierno coreano. Este David (Jack Bauer, Michael Scofield, John Rambo) no pueden morir. No pueden pero podrían, sobre todo si sus misiones menos arriesgadas implican batallas campales que terminan con camiones de combustible fuera de control.
Pero ¿Alguien puede imaginarse una película más aburrida que una en la cual el personaje principal tiene la existencia asegurada, cuyo poder se hace igual al del personaje rival por su derecho a la eternidad? ¿Alguien que por más locuras que haga, por menos armas y más huevos que tenga nunca va a salir destruido de una base militar checoslovaca? O peor aún, ¿alguien que de tan inútil que es muera torpemente a cada instante durante dos horas?
Desde un punto de vista más metafísico, el pobre fénix se encuentra siempre ante la inexorable presencia de sí mismo. Su cambio es imposible, o por lo menos la infinidad de cambios que realice durante su vida terminan anulándose unos a otros, por breves, inestables o prolongados. Sin contar con que nadie puede realmente apreciar la evolución de este ser, cuyo tiempo transcurre más lentamente que el de un mortal.
Esencialmente, él siempre es el mismo, interiormente nunca deja de reconocerse, de saber todo lo que sabe, de pensar lo que piensa (si su conocimiento fuere acumulativo). Aun con esquizofrenia, la constante recuperación de todas sus personalidades en su resurrección lo llevaría a la conclusión de que es uno solo al fin y al cabo, o pasaría a reconocer todos sus desdoblamientos, por ser todos de la misma edad que él. Además, seamos sinceros, ¿cuánto puede llegar a pensar un pájaro?
Destinado al cambio perpetuo o a la permanencia más inmóvil, este pájaro vaga entre las dos opciones llevando a rastras su persona luego de la muerte, siendo siempre él y él, antes y después de la defunción, antes y después de su nacimiento. Lo único que permanece es él, su cosmovisión, su posición en el mundo, más allá de toda alteración externa.
Hay del mismo modo una doble condena que acarrea este ser. La rutinización y el hartazgo. Una conlleva la sapiencia y la predicción acumulativas –pérdida del descubrimiento- y el otro la constante satisfacción y progresiva indiferencia –pérdida del gusto.
Con el tiempo la experiencia muestra un acostumbramiento o asimilación del ambiente y saberes terrenales prácticos; llevan a ciertas conclusiones con función de predicciones que se tornan cada vez más y más abstractas, totalizadoras y en fin, inalterables, que se transforman finalmente en leyes (el 126 no pasa después de las 12 de la noche, si llueve llevo paraguas, la discografía de los Beatles dura 13,1 horas). Todos estos procesos nunca terminan de cuajar o ser verdaderas, y que en su acumulación encierran y moldean un falso conocimiento del mundo que termina siendo rutina pura, experiencia enlistada y nada más. Hechos y no verdades. Esto es lo que genera finalmente una existencia ininterrumpida en la Tierra. Y nadie quiere ser una enciclopedia de lo cambiante.
Y sumado a esto, por más que nuestro fénix se haya leído la obra completa de Shakespeare, Poe, haya escuchado la discografía de Zappa, Sigur Rós y Metallica, haya visto todas las pelis de Coppola, la serie Saw y todas las de Star Wars, todo su afán de conocimiento y su buen gusto se transforman, tras infinitos cambios y acaparamientos, en un “es todo igual”, en un gusto que abarca todo y aprecia todo por igual o todo lo contrario. El gusto se allana, las preferencias se postergan, se agolpan unas contra otras, se contradicen. Y se llega de nuevo a conocimiento inerte, gana la desazón y la poca voluntad de buscar algo nuevo.
Es así que el fénix perfecto no puede ser un buen músico, ni un lector ávido, ni un obsesivo-compuslivo, ni un superérhoe. No debe ser nada, no debe desear conocer nada porque nunca llegará al conocimiento inmutable, etéreo, consolidado; jamás conocerá lo primordial porque vive en un ámbito de inconstancias y contradicciones. Lo divino es eterno, pero porque se encuentra en un ámbito no desarticulado y porque tiene un fin en sí, es necesario en tanto ordenador y creador (en algunos monoteísmos por lo menos). Lo terrenal lo necesita y necesita su trascendentalidad y su promesa de verdad. Su utilidad lo exime de existir aquí y ahora, no tiene nada que hacer ni conocer aquí pues es la causa de la existencia de este aquí.
Pero el pobre y concreto fénix tiene la desventaja de ser un eterno devenir. Nunca va a alcanzar el mundo de las ideas por su condición reencarnatoria (?); su destino está aquí, en el bullicio y la violencia. Lástima.
Y nos ponemos humanistas al pensar en el momento por excelencia definitorio del fénix: la muerte y resurrección.
No es lindo morir. Pero él lo hace todo el tiempo, a modo de testigo perpetuo. Debe conocer, por lo tanto, la causa y razón de su deceso o asesinato. Al contemplar a su(s) asesino(s) y odiarlo(s) una y mil veces pasan por su mente las razones más nobles y más mezquinas (“Muero contento, hemos batido al enemigo”, “¿Tú también, hijo mio?”). Su destino es siempre el mismo, no obstante: regresar, volver luego de lo peor, del momento más terrible, de la situación más degradante. Debe ser comparable a la sensación de vomitar.
Siempre está ahí cuando se pudre todo. Testigo final del apocalipsis personal y universal , creador o responsable de sus mil muertes, es un condenado consciente. ¿Y quién elegiría vivir luego de haber experimentado un terremoto? ¿Quién desearía reencarnar luego de la más prolongada vejez? ¿Quién elegiría morir de nuevo? Walt Disney, qué equivocado estás.
Y para finalizar, elijo el caso del Centro Atlético Fénix de Uruguay (¿Cómo será un fénix uruguayo?).
Se trata de un club de fútbol que está por cumplir sus noventa y cuatro años. Su historia se remonta a 1916, cuando luego de haber quebrado Deportivo Guaraní, en el barrio montevideano de Capurro, un grupo de muchachos decidió hacer un club de fútbol nuevo y tomando como inspiración al anterior equipo decidieron nombrarlo como al ave mitológica, resurgente de las cenizas acumuladas en la esquina de Coraceros y Capurro y anidante en Capurro y Presidente Rossi, unas cuadras para allá.
Es un club muy pequeño. Roza el amateurismo. Y justamente por ello es dueño de una envidiable mística, tan hermosa como microscópica. “LUZBELITO ES DE FÉNIX”, "FÉNIX MUGRIENTO".
Se encuentra todos los principios de campeonato entre el final de la tabla de primera división y los primeros puestos del Ascenso, ascendiendo y descendiendo constantemente. Renaciendo, sí.
Sus propios hinchas, tan sagaces como razonables, han creado un canto que dice “Fénix no baja” para expresar su ferviente deseo de pelear por lo menos un decimoquinto puesto (o bien de no tener que sufrir el ascenso por decimoquinta vez). Y tanto es así que solo una vez el club estuvo encima del quinto puesto de la primera división. Jugando una única, heroica (y por lo tanto trágica) Copa Sudamericana. ¿Y quién se acuerda? Solo sus incondicionales y estoicos hinchas, atados al amor más profundo, la esperanza más humilde y llevados por la pasión más indecible.
Estos hinchas han ya interiorizado la muerte y resurrección de una manera parecida a nuestro fénix inicial. Se han unido hasta tal punto entre sí (hay que AMAR realmente a un club de estas características) que se deben conocer todos; históricos algunos, hijos de ellos otros, deben poder contarse con las manos de un colectivo medio vacío. Son ya parte del mismo organismo pasional y afectivo. Son parte del fénix que el escudo de su club retrata. Y con él sufren y soportan el trágico destino que el nombre le ha puesto a su asociación deportiva; pero no tienen otra, no se van a ir a hacer hinchas del Bolso, esos putos caretas que no sienten la camiseta. Ellos ya son el fénix, sin saberlo.
Y dice Jaime Roos:
Tal Vez Cheché
Alla en el cielo te están llamando
Y en una de esas lo vas a oir.
Alla en el suelo te están buscando
Y en una de esas vas a morir.
Tal vez Cheché.
Te digo che.
Alla en el viento te estás buscando,
Y en una de esas anunciarán
Que el jugador seguira en el campo
Aunque sus alas no quieran más.
Tal ves Cheché.
Te digo che.
Y cuando nadie recuerde tu alma,
Cuando se incendie una catedral,
Manos de fuego abriran tus alas
Y tu graznido renacerá.
Tal vez Cheché.
Te digo che
Fenix. Fenix. Fenix.
No baja
Y en una de esas lo vas a oir.
Alla en el suelo te están buscando
Y en una de esas vas a morir.
Tal vez Cheché.
Te digo che.
Alla en el viento te estás buscando,
Y en una de esas anunciarán
Que el jugador seguira en el campo
Aunque sus alas no quieran más.
Tal ves Cheché.
Te digo che.
Y cuando nadie recuerde tu alma,
Cuando se incendie una catedral,
Manos de fuego abriran tus alas
Y tu graznido renacerá.
Tal vez Cheché.
Te digo che
Fenix. Fenix. Fenix.
No baja
(el 126 no pasa después de las 12 de la noche, si llueve llevo paraguas, la discografía de los Beatles dura 13,1 horas)
ResponderEliminarthat's the key, baby; la costumbre, por más terrible que parezca, es la que nos salva del miedo a lo breve de lo terrenal.