Se hablará de lo dionisíaco, avasallador y desbordante que fue la definición
de ese 18 de junio de 2011, día en el cual en solo 2 horas ocurrieron cosas
harto infartantes. Creo que nunca existió una jornada así, y el último 24 de
junio de 2012 lo confirma: nunca se viviría tanta angustia como en ese día del
año pasado.
La adrenalina y el vértigo están justificados, ya que se jugaba todo. Los
dos descensos directos y la doble condena a la promoción. Ese día River
comenzaría oficialmente su extirpación del torneo de excelencia: jugar una promoción
es prácticamente estar en la B. Es jugar contra un equipo de la B. Es estar a
la altura de un gladiador de la B.
Sin que nadie lo supiera, durante esas dos horas una fuerza agobiante y poderosa
se desplomaría sobre los cuatro clubes que tenían su futuro jugado. Esa fuerza
empujaba sin dudar a esos cuatro equipos al barro; de manera inevitable y
cruel. Pero también justificada.
Una sumatoria de elementos causales y fantasmagóricos actuaban del lado
de esa fuerza. Maldiciones y fatalidades se unieron en un cóctel de condena a
la B.
Pero había más maldiciones que causalidad. Las cuatro banderas, los
cuatro escudos del blanco como color mayoritario, Huracán, Gimnasia, River y
Quilmes, se iban a la B por muchísimas razones.
La mufa, los nervios, los errores y la falta de escrúpulos de las
dirigencias se juntaban. Por un lado, que los números de esa fecha sumaran 13
era solo el comienzo, solo el sello inicial de esos partidos malditos y
simultáneos. Los cuatro ya estaban en la B.
Aún así la agonía y la desesperación se daba por quién iba a la
promoción, al manotazo de ahogado, y quién se hundía indefectiblemente; si uno
hubiera sabido (iluso uno, como siempre, tenía esperanzas) que iba a caer de
todos modos, la habría pasado menos mal, sin duda alguna.
Los datos: Cuatro partidos simultáneos, de 15 a 17: River-Lanús,
Quilmes-Olimpo, Gimnasia-Boca, Independiente-Huracán.
Las maldiciones, entonces. O ironías mejor dicho:
Para empezar, el destino quiso que el turco Mohamed, jugador de
inferiores y amante del Globo, fuera el DT del equipo que goleó sin piedad en
su -hasta ahora- último partido en Primera División al club de sus amores. Cinco
goles chamuscaron el arco de los pobres quemeros, con una facilidad pasmosa que
sumada a la expulsión del arquero titular y a un penal errado implicaban el
pasaje a la segunda división, la cuarta vez que el club desciende en los
últimos veinticinco años. Que te cocinen un descenso, está bien, pero que la
sal la ponga un socio, un compañero del club, es el colmo de la rabia. Pero no
hay que olvidarse que otros partidos se jugaban simultáneamente.
Gimnasia tenía que empatar o perder ante Boca para que Huracán tuviera
por lo menos posibilidad de jugar una promoción. Gimnasia iba 2 a 0 en los
primeros minutos ya, lo cual ponía a los quemeros en difícil posición. Pero, fuerza
divina mediante, Cristian Cellay se encargaba de devolver la ilusión con dos
goles. Otra ironía: Cellay, formado en las inferiores del Globo, le hacía un
favor a su club; y al ser titular en Estudiantes –cedido a Boca en ese torneo-
se desquitaba como jugador Pincha. Para colmo, un pase de cabeza de otro Pincha
muy querido en el club estudiantil (Martín Palermo) le daba al empate amargo un
sospechoso color tornasolado en rojo y blanco. El fantasma del León amargaba al
Lobo y soplaba para que las pelotas entraran. Y se alegraba de su inminente ida
a la B. De esta manera Boca, con el empuje del espectro de Estudiantes,
condenaba al desempate a Huracán y Gimnasia (esto demuestra la unión íntima
entre estos dos partidos).
Mientras, un arquero suplente más que ignoto, Matías Ibáñez, que DEBUTABA
en ese partido (no es un dato menor), la rompía tapándole absolutamente todas
las pelotas a Quilmes en la cancha de dicho equipo cervecero. La rompió
entrando a los 28 del primer tiempo por Tombolini (arquero lesionado).
Absolutamente increíble la actuación de dicho arquero. Si no, miren:
I – Las causas del descenso
El último partido que habría que comentar es el de River-Lanús. Sin
ironías, ese partido contó con fuerzas mucho mayores, mucho más intensas y
mucho más antiguas. Tres de cuatro de los equipos contaron -además de los
contratiempos del destino-, con falta de técnica y constancia, malos resultados
y desesperación, común para equipos chicos o ya familiarizados con el infierno
anual de la Segunda División.
¿Y cuál es tal fuerza divina tan grande? El castigo por la transferencia
indiscriminada de jugadores.
Las glorias millonarias migraron en masa y sin dudas tras una o dos
temporadas exitosas: D’Alessandro, Aimar, Saviola, Higuaín, Chori Domínguez, Carrizo,
Mascherano, Demichelis, Cavenaghi, entre otros. Entre 2000 y 2006 el nivel del
equipo fue en baja a causa del desguace constante de fomraciones: cada vez más
talentos, y pibes jóvenes, se iban. Pero era imperceptible, era muy lento. A
partir de 2007 el nivel empezó a ser deplorable. Primero se escapaban las
Libertadores, luego los campeonatos, luego los primeros cinco puestos. Se pasó
a mirar la mitad de la tabla con impotencia y en pocos semestres, a mirar la
calculadora con desesperación.
Los números no son inofensivos, eso se aprendió bien. Pero en ese momento
no se había aprendido que los recortes de planteles tampoco lo son. Ambos
factores están íntimamente relacionados, y el castigo del club llegó por ese
lado. El destino, que no es necio ni injusto, se avivó de que las glorias se
vendían. Dejó pasar un tiempo para que los dirigentes reflexionaran, y nada.
Llegó el 2010 y empezó a presionar. Se siguió vendiendo, sin ningún escrúpulo.
Y el destino dijo: cuando las glorias vuelvan, van a tener para que guarden. Y
así fue. Ortega, Almeyda, Carrizo. Y empezó el castigo, se digirió lento y
duramente. Los puntos se empezaron a perder, los partidos se empezaron a
empatar. Los goles empezaron a faltar. Los planteos empezaron a ser horribles.
La desesperación por la acción inclemente de la aritmética era el castigo
divino, era lo justo. La yeta de traer veteranos se hacía efectiva.
Otros casos donde ocurrió esto o algo parecido fueron en Central (el Kily
González vuelve en 2010, en 2010 Central desciende), Gimnasia (Barros Schelotto
vuelve en 2011, en 2011 Gimnasia desciende), San Lorenzo (Romagnoli vuelve en
2012, en 2012 San Lorenzo está en zona de descenso directo o promoción durante la
mitad del torneo), y habría que buscar otros.
No se debe descartar tampoco la apatía del oscuro JJ López. Un experto en
descensos (mandó tres planteles al descenso) y equipos replegados (planteos
dubitativos o débiles). Para colmo hincha de Boca. Los veteranos nos mandaron
al descenso, es cierto, y eso se vio claramente en las manos de aceite de
Carrizo y en el mal estado y la inconstancia de Ortega. Pero no fueron malas
compras. No eran malas las compras, lo malo era quien las hacía.
Pero hay causas más grandes que la vuelta de los veteranos (porque de
hecho Camoranesi volvió y no ocurrieron cosas muy graves en la mediocridad de
Lanús, porque de hecho es un club con cuentas y transferencias claras y coherentes).
En principio está la Ley del oponente (Estudiantes se transfigura en dos
jugadores de Boca y amarga a Gimnasia). Pero también está la Maldición de Cappa
(o mejor dicho, de los Ángeles de Cappa).
Al perder la final de 2009 -pobre Cappa, sin fallos propios-, los ex
combatientes de su plantel que no migraron (en cierto modo el hundimiento de
Huracán tiene que ver con el descuartizamiento de dicho equipo, con ventas
indiscriminadas) y jugaron en Argentina llevaron consigo una mufa increíble:
Arano jugó en el equipo de River que descendió, y Federico Nieto y Gastón
Monzón jugaron hasta el último partido de Primera División de 2011. Toranzo no
causó nada en Racing porque nunca se ganó la titularidad.
II – El conjuro para volver
Pero River volvió. Y ¿Cómo lo hizo? Potenciando las fuerzas de la condena
al descenso hasta que tuvieran el signo contrario. Con huevo, con confianza,
con inteligencia,
Logrando que los elementos antes destructivos se vuelvan una herramienta:
a los veteranos que trajo de vuelta les sacó el máximo provecho, a los ex
ángeles de Cappa los hizo jugar partidos decisivos, y se jugó por los pibes
(Lucas Ocampos jugó las 38 fechas, con enorme calidad, Cirigliano fue un alivio
en el centro de la cancha, los Funes Mori hicieron feliz al público). En un plantel
muy heterogéneo se dieron desafíos nuevos y planteos muy complejos.
Almeyda, el primer veterano y primer hincha, se puso literalmente el
equipo al hombro en una muestra inigualable de heroísmo y temeridad. Ponzio
jugó toda la segunda mitad del torneo. Cavenaghi y Domínguez la rompieron la
primera mitad, y jugaron muy bien con altibajos casi imperceptibles. Con un
mediocampo asegurado, Trézéguet brilló con jugadas para el recuerdo y un huevo
inolvidable, que implicaba pases de primera extremadamente precisos, marcas
violentas y goles arriesgados. Eso en cuanto a los veteranos.
Los “Cappos” fueron César González y Carlos Arano, que se destacaron como
carrileros y hasta tuvieron chances de gol. Cuando entraron, se lucieron y
obtuvieron nota de sobra. Aportaron desborde.
Un dato que me había olvidado de mencionar son los uruguayos: tener
uruguayos en el plantel es de buena suerte. Díganle sino a Caruso Lombardi (que
vio un heroico retorno a primera de Quilmes desde el banco caldeado de un San
Lorenzo casi condenado al pozo ciego; bien merecido tuvo su estrés por traidor),
y su milagroso Carlos Bueno, que le convirtió dos al imbatible Instituto; o a
Falcioni, que hizo lo imposible para incluir a un Santiago Silva que la
descosió en la Libertadores (salvando en más de una ocasión el culo fruncido de
su planteo estático, típico del bostero cagón). La buena suerte fue aportada
por la incorporación de Carlos Sánchez y la actuación tímida pero comprometida
de Juan Manuel Díaz.
La única manera de revertir la tragedia era subirla al hombro y
convertirla en arma. Convertir la antítesis en material de síntesis. Arriesgar.
Y así fue como los números jugaron a nuestro favor. Por eso fuimos el equipo
con más goles a favor, más puntos, menos goles en contra y la diferencia de
tantos mayor. Por eso fuimos los que pusimos más garra. Por eso escribo esto un
4 de agosto, a 409 días del descenso que tanto nos dolió (4+9+0= 13). Por eso
Trézéguet nos devolvió a primera con trece goles convertidos. Por eso nos burlamos de los números. Porque tenemos los números a nuestro favor.
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